No es la primera vez que el cine encara el tema de una epidemia global incontrolable y describe los esfuerzos de los científicos para lograr rápidamente una vacuna que permita conjurar la amenaza. El principal mérito de Soderbergh está en la estructura narrativa que eligió para construir el relato y en el acento que pone el guión en las distintas reacciones que provoca la amenaza sobre la especie humana en general y, en particular, sobre los protagonistas de cada una de las historias paralelas que se desarrollan en la pantalla.
La tensión no deja de crecer desde que se advierte que las simples toses de los distintos personajes implican algo más que un simple resfrío; la preocupación de las autoridades sanitarias, el planteo de los jefes de seguridad acerca de la posible existencia de un arma bacteriológica, el descuido de la gran mayoría de los seres humanos ante los agentes de contagio, los dramas particulares de cada uno de los infectados, la denuncia destemplada de un bloguero, los intereses políticos, los esfuerzos de los científicos para lograr la vacuna se van entrecruzando para crear el tenso escenario en el que el director va a mostrar lo más contundente del filme: el peligroso comportamiento "en manada" del que somos capaces los seres humanos cuando nos domina el pánico. El espectador juzga desde la seguridad de la platea las actitudes mezquinas y egoístas de algunos personajes, hasta que advierte que tal vez esa sería su propia actitud ante una situación límite como la que se plantea en la pantalla. Y se convence de que, en muchos casos, el más letal de los virus no puede rivalizar con los efectos sociales de una comunidad regida por el "sálvese quien pueda".
En una nueva muestra de su capacidad para manejar con habilidad y solvencia varias líneas narrativas de manera simultánea, Soderbergh conduce el relato sin tropiezos, y aplica eficaces golpes de timón sobre el relato para mantener al público bajo una tensión creciente.